El reto de los cambios en la práctica docente
Una alianza Porvir | EDUforics
Por Marcia Braghini Deus Deu
¿Cómo levantar la bandera del cambio dentro de una escuela?
¿Cómo ayudar al profesor a cambiar su práctica docente, de forma que sus clases se hagan menos expositivas y se adopte una postura mediadora en el proceso de aprendizaje del alumno? ¡Tal vez este sea uno de los dilemas que muchas escuelas viven!
Cada vez más oímos hablar de metodologías activas, el alumno como protagonista, el desarrollo de competencias y habilidades… todo para que el aprendizaje del alumno tenga un mayor significado. Sin embargo, aún oímos a muchos gestores que dicen que, por más talleres y estudios que promuevan, parece difícil que el profesor cambie su práctica en el aula.
Cuando decidí implantar una nueva metodología y rutina escolar, de manera que el aprendizaje del alumno se hiciera más significativo y colocarlo en el centro del proceso, he buscado entender qué lleva al profesor a “no abrazar” un trabajo con proyectos, por ejemplo. O, por qué un profesor tiene dificultades para planificar actividades interdisciplinarias. O, además, por qué el profesor habla de cambios, pero no consigue colocar nuevas prácticas en su rutina.
Las respuestas que he encontrado, en su mayoría, giran en torno a un único punto: el contenido programático de las asignaturas. Sea cual sea la escuela en la cual el profesor actúa, parece que la cuestión del contenido está siempre en pauta. Quién nunca ha oído en la sala de los profesores: “no he conseguido dar todo el contenido que planifiqué”; “mis alumnos no han aprendido el contenido que trabajé”; “trabajé tan bien este contenido y a los alumnos les fue mal en la prueba”; y muchas otras quejas parecidas.
Fue a partir de esta cuestión que levanté la bandera del cambio en nuestra escuela: si el “contenido” de la asignatura es tan importante para el profesor, tal vez el camino sea mostrarle (en la práctica) que es posible hacer un trabajo diferenciado sin dejar este contenido programático de lado; “posiblemente, los profesores serán menos resistentes a las nuevas propuestas”, pensé.
Fue entonces que establecí estrategias para mostrarles a los profesores que sería posible que los alumnos aprendieran los contenidos de manera diferente de las aulas expositivas. La idea era provocar la interdisciplinaridad, buscando darle un “sentido” mayor al “contenido programático”.
Después de releer y estudiar diferentes teorías y autores, conocer otras escuelas llamadas innovadoras, entendiendo cómo era la práctica educativa, su rutina diaria y alimentarme de pensamientos innovadores, busqué a algunos profesores para lanzar la idea de una transformación en la escuela.
Inmediatamente, las conversaciones individuales se transformaron en un grupo de estudios para discutir cómo relacionar los contenidos de diversas asignaturas y grados para que después pudiéramos elaborar proyectos interdisciplinarios. Tras cada encuentro con un grupo de profesores hacía un borrador con esbozos de dónde podríamos partir. Claro que entre una y otra tentativa y las horas de trabajo brazal debruzada sobre un mapa de contenidos, muchas veces me cansaban y me frustraban. Pero fue a partir de estas diversas tentativas que brotaron nuevas ideas.
En cada encuentro las ideas fluían y cada día que pasaba pensábamos en algo diferente. Una mezcla de ansiedad, preocupación, miedo, pensamientos negativos (¿será posible que todo salga bien?) se mezclaban con la animación y el optimismo. ¡El tiempo nos tragaba! Avanzar en una planificación del trabajo concreto era muy difícil. Fue entonces que le oí decir a un amigo y consejero: “¿Por qué planificar todo es tan importante? ¿Cuál es la necesidad de “ponerlo todo” en el papel de manera organizada?”
Abortamos la idea de una planificación detallada y empezamos a dedicarle nuestra atención a otro punto: ¿quién crearía los proyectos, los profesores o los alumnos? ¿Si fueran los profesores, era necesario definir los proyectos de todo el año para que los alumnos eligieran cuáles desarrollarían primero? ¿Los alumnos se quedarían más motivados si supieran cuáles eran los proyectos propuestos para todo el año lectivo? ¿Quién crearía las tareas de los proyectos, los alumnos o los profesores? ¿Qué motivaría más a los alumnos?
¡Listo, un dilema más! Ninguna de estas preguntas era fácil de responder. ¡Estábamos creando algo de cero en lo cual no había (y aún no la hay) una receta lista!
¿Cómo avanzar en la propuesta que estábamos idealizando? Fue entonces que un profesor dio la idea de que hiciéramos un proyecto piloto. Y así, en 2014, faltando tan solo cuatro semanas de clases para terminar el año lectivo, ¡colocamos en práctica nuestras primeras ideas! ¿Era una locura? Claro, pero si no nos llenáramos de valor para hacerlo, no conseguiríamos salir del lugar.
Osamos, nos arriesgamos, y de pronto ayudamos a todos los profesores y alumnos a salir de la zona de confort. Y desde entonces, nos vimos construyendo un nuevo modelo de educación, en el cual el alumno realmente era protagonista – en determinado momento aprende, en otro momento enseña. Y el profesor es el mediador – también o enseña, o aprende.
Y así nos convertimos en una escuela que enseña y aprende con cada nuevo reto y nuevas experiencias. Hoy, la mitad del tiempo de la rutina diaria de los alumnos de los años finales de la enseñanza primaria y de la enseñanza secundaria lo dedican al trabajo con proyectos interdisciplinarios y que incluyen varios grados diferentes. Y el profesor continúa pudiendo dar todo su contenido. ¡Y la escuela continúa en pleno MOVIMIENTO!
Publicado originalmente en Porvir