Tomando palabras de Bernardo Toro, “un paradigma es una forma de ordenar la realidad para poder estar en ella”. El acontecimiento de la pandemia no solo es un aviso de que nuestro modo de estar en la realidad “normal” ya resulta insostenible, sino que es preludio de un futuro que emerge si somos capaces de conectamos con él. Es la irrupción de lo nuevo. A la interrupción de una forma de entendernos y de vivirnos, en clave de crecimiento económico desmesurado, hiperconsumo y aceleración histórica, le sigue no un apagón, sino la irrupción de un tiempo emergente. Es el momento del cuidado.
Para ello es preciso dar un salto cualitativo como seres humanos. Como sugería Einstein, los problemas que hemos generado solo pueden ser resueltos en un nivel de conciencia superior. Este nivel de conciencia tiene que ver más con la sabiduría que con nuevos conocimientos, con reconocer qué es lo prioritario en el discurrir de nuestra vida y conectarnos con ello.
No habrá cambios como civilización si no hay salto espiritual personal hacia una autocomprensión de la vida desde el cuidado que hemos recibido. Es la misma vida y su capacidad para hacerla habitable la que nos solicita hacernos con una nueva forma de ordenar la realidad y de instalarnos en ella. A eso le llamamos cambio de paradigma.
Así entramos en un tiempo nuevo, del que desconocemos casi todo. El pasado va dejando de ser el combustible de nuestro proceder en el futuro que viene. La incertidumbre es el suelo que pisamos y en el que resbalamos una y otra vez. Llega el momento de sostener ese no saber y caminar dándonos la mano. Debajo de los escombros de la civilización que habitamos encontramos sorbos de vida buena: la que nace del cuidado.
El cuidado emerge como posibilidad de futuro en el que dejamos venir nuevas fecundidades, ya sea en el ámbito personal, en el de las relaciones interpersonales, en las organizaciones, en los modelos educativos o en la forma de vivirnos como especie en el planeta. Solo desde el cuidado de la vida podremos colocar la investigación biomédica al servicio de la sanidad universal y no de la búsqueda de quién llega el primero; solo desde el cuidado de los extraños podremos aceptar que juntos nos salvamos; solo desde el cuidado a los demás podremos preferir la cooperación a la competitividad, la ayuda mutua al sálvese quien pueda, la solidaridad compasiva a la ley del más fuerte. Solo desde el cuidado de la vida podremos educar en la humanización de nuestro mundo, en la sanación de tantas heridas abiertas, en el perdón y en la reconciliación.
La irrupción de lo nuevo nos invita a reordenar todas las piezas del puzle de nuestra civilización. Aunque no tengamos tapa para ajustar ese puzle. Inauguramos lo nuevo caminando sin imágenes, si bien anclamos en el cuidado una experiencia antropológica, ética y espiritual que se convierte en aurora de nuestro camino; en ese claroscuro que va de la noche al día y que prefigura la luz que nos va a inundar retomamos la vida que se nos da. Presagiamos algunos signos que aventuran este cambio de nivel: el despertar espiritual (en una ecumene que va más allá de las religiones), el despertar político (en clave de movimiento, más allá de las instituciones y partidos al uso) y el despertar ciudadano (promoviendo una ciudadanía ecosocial, más allá de la ciudadanía global de cambio de siglo). Sin duda, la política de las interdependencias es la que puede activar pedagógicamente estos despertares para que no surjan como setas aisladas sino como procesos de alumbramiento colectivo.
Probablemente, ninguna reforma educativa emprendió la necesaria reforma de la educación. Las reformas educativas han ido reparando, remodelando y mejorando elementos que pertenecen al mismo sistema. La ética del cuidado contiene la semilla de un nuevo modo de enfrentar el acto educativo; se configura en palanca que acciona estructuras, contenidos educativos, relaciones, modelos de aprendizaje y de evaluación, metodologías, pedagogías y didácticas renovadas. Por ello, la ética del cuidado nos obliga a retomar las preguntas educativas clásicas: el qué y el cómo de la educación. A ellas les hemos dedicado mucho tiempo en las últimas décadas. Con todo, la ética del cuidado explora en otras dos preguntas que casi nunca aparecen en la agenda de las políticas educativas:
- El para qué de la educación. Son los fines educativos, esos que normalmente damos por supuestos. Valoramos la educación integral, apostamos por ella porque nada humano nos es ajeno. Y además educamos para la inserción crítica en un tipo de sociedad plural, hospitalaria y justa. No basta preparar para insertarse en el mercado de trabajo. El cambio climático y la pandemia del covid-19 son señales que nos alertan en una educación que vaya más allá de la lógica del mercado y alumbre personas capaces de sentir y pensar otras relaciones, otras organizaciones y otro mundo por construir.
- El desde dónde de la educación. Probablemente la pregunta más olvidada y menos respondida. Toca la fuente de nuestro ser y de nuestro hacer. ¿Desde dónde educamos? El papa Francisco nos propone una real conversión ecológica, que pasa por la conciencia de que los seres humanos no estamos desconectados de las criaturas ni de la vida. Articular la fuente de vida que haga del vínculo con lo vivo una referencia reverencial fundamental, constituye un desafío educativo ineludible para los próximos años.
Cuidado y educación se hermanan en la construcción de otro mundo posible desde acciones concretas que tienen que ver con el cuidado de la palabra, saludar al otro, pedir perdón, resolver pacíficamente los conflictos, acompañar los duelos y sanar heridas, cuidarse para poder cuidar o movilizarse ante el cambio climático. Porque el mundo no es, sino que está siendo, nos recuerda Freire. Y el cuidado también se vincula con la indignación ante la injusticia y ante aquello que nos hace gritar “¡no hay derecho”! Cuidado y justicia no se excluyen; al contrario, son dos caras de la misma moneda que trata de humanizar nuestro mundo.
De estas y otras muchas cosas tratamos en el libro Es nuestro momento. El paradigma del cuidado como desafío educativo, publicado por la Fundación SM, después de cuatro años de trabajo intenso con educadores en España y América Latina. Un libro estructurado en cuatro bloques y 16 capítulos que favorece la creación de itinerarios formativos que respondan a las necesidades concretas de cualquier centro educativo.
Volver a lo de antes es no tener futuro. Solo la esperanza puede adentrarnos con sabiduría y humildad en el acontecimiento radical que estamos viviendo como humanidad. Atrevámonos a dar el salto hacia lo mejor de nuestra humanidad, apenas por estrenar. Es nuestro momento.