Educación para el desarrollo sostenible: de Oppenheimer al Antropoceno
Se dan en estos días algunas circunstancias, aparentemente alejadas, que confluyen en una clara llamada de atención: la urgencia de educar para la sostenibilidad, entendida bajo un enfoque ecosocial orientado al cuidado de las personas y del planeta.
Este domingo, 16 de julio, se cumplen 78 años de la prueba Trinity, primera explosión atómica de la humanidad y culminación del Proyecto Manhattan, una gigantesca iniciativa que Estados Unidos, en colaboración con Canadá y el Reino Unido, desarrolló en los años cuarenta del siglo pasado para producir la primera bomba atómica. Este triste aniversario coincide, además, con la llegada a las pantallas de Oppenheimer, un relato biográfico sobre el controvertido director científico de este proyecto, uno de los más ambiciosos de la historia, que llegó a contar con más de 130000 colaboradores.
En 1938 los alemanes Otto Hann, Fritz Strassmann y la invisibilizada Lise Meitner habían descubierto la fisión nuclear, que abría las puertas a un posible desarrollo de armamento atómico. Ante el temor de que Alemania tomara la iniciativa, los físicos Leó Szilárd y Eugene Wigner convencieron a Einstein para pedir al presidente Roosevelt que se investigara el potencial armamentístico de las reacciones nucleares en cadena. Y así fue; en octubre de 1941, durante los inicios de la Segunda Guerra Mundial, Roosevelt aprobó el Proyecto Manhattan, un programa para el desarrollo de la bomba nuclear, y lo puso bajo el mando del general Leslie Groves como responsable militar. En julio de 1943, Groves nombró a Robert Oppenheimer como director científico del programa, a pesar de las dudas que generaba su cercanía con simpatizantes comunistas, como su hermano Frank, otro prestigioso físico que también colaboró en el proyecto, su cuñada y su propia novia.
La prueba Trinity marcó la culminación del Proyecto Manhattan. Consistió en la explosión controlada de un prototipo realizado con núcleos de plutonio-239, que se detonó el 16 de julio de 1945, en el desierto de Nuevo México. El plutonio era un elemento muy reciente, que había sido sintetizado en 1941 por el equipo de Glenn T. Seaborg, en la Universidad de California, bombardeando uranio-238 con deuterio, y su producción masiva fue uno de los grandes desafíos del Proyecto Manhattan. La torre de unos treinta metros que soportaba el dispositivo de la prueba Trinity quedó vaporizada y la arena del desierto fundida, formando un vidrio radiactivo que se denominó trinitita, además de producir una nube radiactiva que afectó a las poblaciones cercanas y pudo alcanzar cientos de kilómetros.
Alemania se había rendido un par de meses antes de esta prueba (el 7 de mayo), aunque la Segunda Guerra Mundial continuaba en el Pacífico. El físico Leó Szilard, promotor inicial de la bomba, impulsó ahora un movimiento contrario, el Informe Franck, en el que un grupo de científicos, liderados por James Frank, pedía al presidente Truman (recién elegido) que se abstuviera de usar la bomba atómica y, en lugar de esto, hiciera una demostración de su poder ante los representantes de Naciones Unidas o, incluso, que tratara de mantener en secreto su existencia. Lamentablemente, la petición no prosperó y el 6 y el 9 de agosto de 1945 se lanzaron sendas bombas nucleares, una con núcleos de uranio-235 sobre la ciudad de Hiroshima, y otra con núcleos de plutonio, como la utilizada en Trinity, sobre la de Nagasaki.
La historia es tristemente conocida, pero, se preguntará el lector, ¿qué tiene que ver todo esto con la educación para el desarrollo sostenible? Pues bastante, como ahora veremos.
El plutonio como marcador de una nueva etapa geológica
Los geólogos suelen dividir la historia de la Tierra en cuatro grandes eras (precámbrico, paleozoico, mesozoico y cenozoico) que, a su vez, se subdividen en períodos y épocas. Cada una de estas divisiones responde a unos indicadores geológicos claros, con determinados marcadores que señalan un cambio global.
El Holoceno, por ejemplo, que es la etapa geológica actual, se inició hace unos 11700 años cuando, tras un período glacial, el deshielo hizo que el nivel del mar subiera, inundando grandes superficies de tierra. Como consecuencia de ello las condiciones climáticas se suavizaron, alcanzando una relativa estabilidad en comparación con las épocas anteriores. El retroceso de los glaciares favoreció los asentamientos agrícolas y el desarrollo de las primeras ciudades y civilizaciones.
Algunos científicos consideran que el progresivo aumento de la población humana y el desarrollo de nuevas tecnologías ha ido generando un impacto cada vez más significativo de la actividad humana en el medio ambiente, hasta sugerir la existencia de una posible nueva época geológica posterior al Holoceno, el Antropoceno, en la que el ser humano se convertiría supuestamente en el principal agente de cambio geológico.
El término Antropoceno fue acuñado en el año 2000 por el Nobel de química Paul Crutzen y el biólogo Eugene Stoermer para denunciar el impacto de los seres humanos sobre la Tierra, hasta el punto de convertirnos, de hecho, en agentes geológicos que la estaban moldeando. Pero no deja de ser un concepto informal, que para muchos científicos tiene más de declaración ideológica que de propuesta científica, dada la dificultad de poder observar cambios medioambientales significativos en un registro estratigráfico tan corto como el que correspondería al tiempo propuesto para el Antropoceno.
A pesar de eso, dentro de la Comisión Internacional de Estratigrafía, que se ocupa de revisar la escala geológica global estándar, existe el llamado Grupo de Trabajo del Antropoceno (Anthropocene Working Group), un equipo multidisciplinar que busca algún indicador adecuado para que la exigente comisión apruebe esta nueva etapa geológica, en la que muchas condiciones y procesos del planeta se ven profundamente alterados por el impacto humano. Y este grupo acaba de anunciar que ha encontrado un marcador de origen claramente antrópico: el plutonio-239, procedente de los diversos ensayos nucleares del siglo pasado.
En efecto, el pasado martes, 11 de julio, este grupo de trabajo anunció en el 4.º Congreso internacional de estratigrafía que el análisis de los sedimentos del lago Crawford, en Canadá, había revelado la presencia de plutonio-239 en los estratos posteriores a 1950. En realidad, el plutonio procedente de las primeras pruebas atómicas y de la Guerra fría podría estar presente en cualquier sedimento posterior a esa fecha, sea en el lago Crawford o en un embalse de tu ciudad, pero el lago Crawford es, por su constitución, ideal para hacer mediciones precisas. Su pequeña superficie y gran profundidad favorecen que las capas de sedimentos no se mezclen, de modo que sus estratos constituyen un gran libro de la historia del planeta.
A pesar de estos hallazgos, seguramente sea pronto para detectar el impacto humano en los estratos geológicos y declarar iniciado del Antropoceno, pero no lo es para llevar este debate al aula, porque ofrece oportunidades educativas que no deberíamos desatender.
Algunas implicaciones educativas
La huella indeleble de la pruebas nucleares de los años cincuenta del siglo pasado y el debate sobre el Antropoceno ofrecen una interesante oportunidad para una propuesta educativa que contribuya a desarrollar el sentido crítico en nuestro alumnado, y a avivar la imperiosa necesidad de cuidarnos y de cuidar el planeta, el único hogar que la humanidad ha conocido. Aprender a cuidar es la base de la educación para el desarrollo sostenible.
Lamentablemente, se abusa tanto de conceptos como desarrollo sostenible o sostenibilidad que se han ido vaciando de significado. No hay producto que no lleve alguna etiqueta o certificado ambiental, porque el eco-marketing verde y el greenwashing ayudan a vender. Así que compras un producto etiquetado como «neutro en carbono» y piensas que estás salvando al oso polar, cuando probablemente lo que haya hecho el fabricante sea adquirir derechos de emisión de CO2 para seguir produciendo como antes. O sea, es como si un fumador empedernido pagara una pequeña multa por cada cigarrillo que consume, pero mantuviera su hábito de siempre.
La educación para la sostenibilidad no puede quedarse en esta capa cosmética de mera conveniencia. Una sostenibilidad mal entendida crea falsos espejismos que retrasan la adopción de soluciones eficaces, y por ello es necesario evitar la banalización del concepto a través de una verdadera educación para la sostenibilidad, bajo el marco del cuidado, que haga compatible la acción individual y colectiva y capacite al alumnado para ser un agente activo de cambio hacia sociedades más justas, inclusivas y sostenibles. Una educación con enfoque ecosocial (2) que ponga en el centro la relación entre los seres humanos y el entorno y ayude a generar las condiciones de vida adecuadas para que toda la ciudadanía pueda acceder a estilos de vida más saludables y comprometidos con el planeta. La ética del cuidado es un ingrediente esencial de este enfoque necesario.
Referencias
- [1]
Lutgens, F. K. y Tarbuck, E. J. (2000). Essentials of Geology, 7.ª edición, Prentice Hall.
- [2]
L. González y C. Morán (2023). La educación ecosocial en la LOMLOE. En C. Coll, E. Martín y Á. Marchesi (Coord.). Nuevo currículo, nuevos desafíos educativos. Madrid: SM (pp. 537-575). Disponible en este enlace.