¿Estamos preparados para una educación inclusiva?
Las emociones están inmersas en nuestras aulas, y afectan a nuestros pensamientos, nuestra fisiología, y nuestra conducta. Hoy sabemos que gran parte del cerebro se dedica a las relaciones sociales, lo cual viene a confirmar que las relaciones son el núcleo de nuestra vida, y que nuestra capacidad para tomar decisiones mejora cuando nos sentimos motivados y nuestro cerebro emocional y primitivo están calmados, regulando nuestras emociones (António Damásio “El error de Descartes”).
El educador de este siglo se compromete con las necesidades del niño no solo su desarrollo congnitivo, así como Jaques Delors (1996) por medio de su Informe a la UNESCO de la Comisión internacional sobre la educación para el siglo XXI, defiende la educación desde 4 pilares:
- Aprender a conocer
- Aprender a hacer
- Aprender a Ser
- Aprender a convivir juntos
La necesidad de educar en competencias socioemocionales en una sociedad diversa a todos los niveles: funcional, cultural, racial, sexual, etc, hace que la clave de una sociedad inclusiva comience por la educación centrada en la persona.
La importancia de formar adolescentes en competencia emocionales
Numerosos estudios afirman que cuando el profesor tiene una relación cariñosa y empática con un niño los efectos repercuten en el propio profesor, que está satisfecho con su propio trabajo, y en el alumno, que se siente seguro y confiado, lo cual lo anima y estimula en su deseo de aprender; progresando así en todos los ámbitos: personal, social y escolar.
Pero claro, para un profesor no siempre es fácil adoptar una actitud emocional positiva ante ciertas conductas. A esto se le añade los momentos en los que cada profesor se va encontrando personalmente, y su manera de gestionarlo mientras se van sucediendo las interacciones en clase.
¿Es posible entrenar estas competencias? La respuesta es si. Además ayudarán al docente a mirar las cualidades de su alumnado desde el lado procreativo, y gestionar el estrés del equilibrio entre los contenidos, las relaciones entre sus alumnos/as en el aula, la atención a las necesidades especiales y personales de un aula inclusiva, y la relación con las familias. Visto así con tantos factores a cuidar puede parecer tarea difícil… pero a través de la puesta en práctica de ejercicios desde la inteligencia emocional se puede mejorar la relación con el trabajo. Y por supuesto, mejorará nuestras vidas.
Una educación basada en competencias emocionales
Pensemos que el niño imita al adulto. Cuando el niño tiene de referente a un profesor empático, aunque tenga que parar la clase para atender la conducta de uno de sus alumnos que no atiende, se levanta o habla continuamente, el resto de alumnos/as comprende el efecto de empatía, desde un: “Te veo, te escucho… y pienso que no tienes la atención en la clase ¿Cómo te sientes?”. Esta ruptura de patrón puede crear una nueva relación muy interesante entre el alumno/a y su futura conducta. Mientras, estamos facilitando un modelaje entre los propios alumnos sobre cómo relacionarse para evitar las etiquetas entre ciertos compañeros y compañeras, y una manera más empática de abordar conductas no deseables.
Cuando un adulto habla de emociones a un niño desde su infancia, lo incita a identificar y comprender sus propias emociones, y las de los demás.
Incluir a la familia
La familia es el primer grupo de socialización, desde el que el niño explora su realidad, experimenta la calidad de sus interacciones y se desenvuelve desde el desarrollo de su autoconcepto y autoestima.
Desde la figura de referencia en el cuidado del niño en sus primeros años de vida, se genera el tipo de apego que le ayudará a expresarse con mayor o menor seguridad en el mundo y a establecer sus futuras relaciones y redes de apoyo durante su infancia y edad adulta.
Conocer a las familias es conocer mejor a los alumnos y sembrar una relación de ayuda y confianza entre familia- docentes.
Numerosos estudios llegan a la conclusión de que cuando la familia se siente parte de la educación de sus hijos desde la cercanía del centro educativo en el que estudia, el niño se siente más comprometido y confiando en todo aquello que emprende.
Es importante facilitar, con creatividad y amabilidad, espacios de interacción que permitan intercambiar información valiosa a cerca de cada niño o niña.
La relación con el alumno se aprende desde la atención a las diferencias
Un clima de confianza y respeto permiten intercambios entre profesores y alumnos más eficaz que una clase magistral.
El profesor mantiene el interés del niño motivándolo, confiándole retos alcanzables, incitándole a preguntar, escuchándole… La motivación y el éxito del alumnado están relacionados con la percepción de sus propias capacidades.
Y por otro lado, cuando el docente emplea sus propios recursos para generar vínculo, esta relación positiva le indicará el camino del cambio hacia la relación que se proponga alcanzar.
En una clase inclusiva, los niños y niñas podrán encontrarse en situaciones de:
- Frustración
- Diversidad
- Escucha y observación y conocimiento de lo diferente
- Cooperación
- Vivir diferentes experiencias a lo cotidiano
Y podrá experimentar sentirse parte de toda una realidad compleja y plural, partícipe de actividades y aprendizajes, será capaz de adaptarse a normas y diferentes experiencias de convivencia, evitando situaciones de violencia.
Raquel de Diego es trabajadora social, coach de familias y profesora de educación emocional en centros educativos. Es autora del blog Conciliafam orientado al asesoramiento a familias.